
Hoy mientras me dirigía al trabajo, aborde el "circobus" matinal, pague el significativo costo de mi boleto, para presenciar el show, una vez instalada en tremenda periquera o mejor dicho, el exclusivo lugar reservado para tan distinguida espectadora, acomode mi traserito con singular alegría, haciendo todo lo posible por encontrarle el lado cómodo, pero la insistencia fue en vano.
Avanzamos algunas calles y entonces subió una simpática mujer de edad madura y de aspecto amable, se sentó detrás de mí y después de dos minutos y contando... comenzó la función.
Tomó aire y ya inspirada comenzó a decir una gran cantidad de cosas sin sentido, aparentemente parecía que hablaba con alguien por teléfono, sin embargo su acalorada plática era con ella misma y con todo aquel que quisiera poner atención y escucharla, su tono de voz cada vez se hacía más alto y entre una dotación de 30 insultos por minuto, hablaba del nazismo, el socialismo, de nuestro país y de la cantidad de infamias que siempre se han cometido contra la población, quiénes a su vez no dejan de ser una "bola de pendejos" que se dejan pisotear sin decir ni una palabra, también incluyo un poco de su odio contra la religión contrastada con su partícular cariño hacía Juan pablo II, así pues transcurrieron 40 o 50 minutos hasta que por fin decidió abandonarnos y bajar el telón.
Lo anterior fue el vivo ejemplo de un monologo circense que sin desar llamar la atención, despertaba la provocación de una mirada curiosa, tal vez molesta o una sonrisa espontanea, cualquier expresión era indiferentemente aceptada.
Continuando con el show, llegó el momento del malabarismo representado por un testarudo padre de familia, que entre hijo, pañalera, cobijas, celular y algún maletín extra, se abría camino buscando un asiento libre que le permitiera descansar tremendo cargamento y poder organizar mejor sus manos, que aunque dos suelen ser bastante útiles, para él ya eran de insuficientes, lo que le sigue...
Un amable caballero, haciendola de Patiño auxiliar, le cedió su lugar, el cual ya era bastante amplio y aún conservaba el calor vaporizado que su cuerpo había dejado, así el malabarista padre de familia pudo reposar su humanidad y mirar al público con mayor cordialidad.
No podían faltar los feos, los gordos y los fenómenos en nuestro "circobus", una jóven que al parecer carecía de una pierna, creo que era la izquierda y a resignación o a placer sustituia su ausencia con una pierna plástica, la cual le daba como retribución un curioso andar que le permitió abordar el bus, una vez arriba ubico su mirada en el asiento previamente reservado y nos regaló tremenda sonrisa que al final iba dirigida hacia el amable conductor, presentador del show o domador, quién con un acartonamiento tenaz resultado de su avanzada edad le devolvió una amable mirada. La damisela pidió permiso de tomar su lugar y sin mayor pendiente omitió entregar la cantidad monetaria, impresindible y necesaria para tener derecho a ocupar el espacio que ya era rellenado con su pequeño cuerpo.
Ahora es el turno de nombrar a las esferitas, dos generosos gorditos que haciendo uso de un poco de contorcionismo para acomodarse uno junto al otro en un diminuto asiento que en el avanzar de nuestro recorrido iba perdiendo su estética y recta forma, por una más achaparrada y curviliena. Quizás las esferitas eran tres y no solo dos, pues a un costado del "circobus" se hayaba una tercera esferita perdida que trataba de alcanzarnos, pero su rodamiento no fue suficiente y se quedo en el camino.
Por fin llegué a destino y la función finalizaba, tomé mis pertenencias y sin más perturbación baje cuidadosamente tres escalones que me dirigian hacía el campo abierto, donde pude contemplar como deambulaban los animales circenses que conforman nuestra agitada urbe matinal de esta gran ciudad.
Y como el show debe continuar..... ahora vamos por un poco de teatro callejero.